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El ego es en esencia la carencia de un verdadero conocimiento sobre quienes somos en realidad, junto con su consecuencia: el inexorable aferramiento a una imagen de nosotros mismos improvisada y hecha de remiendos, un yo inevitablemente camaleónico y charlatán y que no cesa de cambiar constantemente para mantener viva la ficción de su existencia.
El ego, pues, se define como los incesantes movimientos de aferrarse a una noción ilusoria de ?yo? y ?mío?, yo y otro, y a todos los conceptos, ideas, deseos y actividades que sostienen ese error. Ese aferramiento es inútil desde el principio y esta condenado a la frustración, pues carece de toda base o realidad, y aquello que pretendemos aferrar es por naturaleza inasible. El hecho mismo de que necesitemos aferrarnos y seguir aferrados demuestra que en lo profundo de nuestro ser sabemos que el yo carece de existencia inherente. De este conocimiento secreto y perturbador brotan todos nuestros temores e inseguridades fundamentales.
Vidas enteras de ignorancia nos han llevado a identificar la totalidad de nuestro ser con el ego. Consideramos que es precisamente el ego y su aferramiento lo que se halla en la raíz de todo nuestro sufrimiento. Sin embargo, el ego es tan convincente, y hace tanto tiempo que nos tiene engañados, que la sola idea de vivir sin él nos aterroriza. Carecer de ego, nos susurra, es perderse la intensa aventura de ser humano, verse reducido a un robot insípido o un vegetal sin cerebro.
Dos personas viven en un ser durante toda su vida. Una es el ego, la otra es su ser espiritual oculto, cuya voz de sabiduría rara vez oímos o atendemos. Sin embargo, si tenemos la suficiente constancia y voluntad para dejar paso a esa voz y escuchamos, contemplamos e integramos sus enseñanzas a nuestra propia vida, nuestro sabiduría innata de discernimiento, despertará y se ira fortaleciendo, y empezará usted a distinguir entre su guía y las diversas, clamorosas y cautivadoras voces del ego. El recuerdo de su autentica naturaleza florecerá, con todo su esplendor y confianza. Comprobara, en realidad, que ha descubierto en usted mismo su propio guía sabio, su propio maestro. Su guía puede ser también una presencia continua, alegre, tierna, provocativa a veces, que siempre sabe que es lo que más le conviene, y le ayuda a encontrar cada vez más salidas a su obsesión por sus confusas emociones y reacciones habituales.
Cuantas más veces escuche usted a ese guía sabio, más fácil le resultara cambiar sus estados de animo negativos, ver más allá de ellos, e incluso reírse de ellos como de los dramas absurdos e ilusiones ridículas que en realidad son.
Cuanto más las escuche, más orientación recibirá. Si atiende a la voz de su guía sabio, la voz de su percepción selectiva, y hace callar el ego, llegara a experimentar esa presencia de sabiduría, alegría y felicidad que es usted en realidad.
Comprenderá finalmente cuanto daño les ha hecho a usted mismo y a los demás, y descubrirá que lo más noble y sabio que se puede hacer es querer y apreciar a los demás como a uno mismo. Eso redundará en la curación de su corazón, la curación de su mente y la curación de su espíritu.
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