Para ti mi
hermano que lejos estás físicamente, que aun no has podido llegar al
entorno donde vivió Mamina, la pluma que ha hecho posible nuestros
viajes al corazón del Maestro, vayan estas letras que rebozan de amor y
espero, iluminen el sendero a tu alma, para que desprendida en el sueño
o liberada en la meditación puedas llegar hasta nuestro amado Negadá.
El agua color tierra de un bondadoso río, que lleva varios nombres en el
recorrido de la lancha, es el primer sendero que transitamos los que
alguna vez, allí hemos llegado.
Un hermoso paseo de menos de una hora, me ha transportado tantas veces a
historias tan conocidas de nuestros amados libros. El pensamiento
cargado de la ciudad se relaja, el corazón se ensancha, los ojos se
cierran y muchas veces se vuelven pequeños ríos cristalinos queriendo
mimetizarse con el paisaje.
Cuando de pronto la lancha gira hacia la derecha tomando el lado de un
triangulo y al volver a girar hacia su izquierda asoma el muelle donde
debo bajar.
Un muelle de madera, es el preámbulo de un largo caminito de piedra, de
tierra y de pasto, cercano a las ocho cuadras, que he de andar todavía
para encontrarme con Negadá.
De acuerdo a la estación varía el paisaje, de acuerdo al clima y al
viento el estado de los caminos.
Pero vamos de a poco.
Digamos que es otoño. Si, un húmedo otoño, deja que las hojas de los
grandes árboles queden pegadas al piso. La vegetación que fue exuberante
y frondosa en el verano va cediendo lentamente y el aire es más franco.
Las casas están elevadas para evitar las jugarretas del río que al
influjo de la luna y el viento, sube de tanto en tanto a los caminos
queriendo entremezclarse con las casas.
Por allí en alguna de las Obras se cuenta de alguna crecida grande que
obligó a Mamina y su familia a emigrar de aquí.
Pego la primera vuelta del camino, y unos perros, amigos ya, se acercan,
primero con voz amenazante, y luego recuerdan la voz, o mejor dicho en
un esfuerzo veloz de la memoria, recuerdo su nombre y la paz me vuelve
al cuerpo. A veces pienso el día que la memoria me falle, ¿deberé
aligerar mis piernas?
Y sigo caminando esperando no tener que responder esa pregunta, con una
sonrisa cómplice.
Ahora el arroyo pequeño queda a mi derecha, es un brazo del río color
tierra, y me hará compañía hasta el final del recorrido.
Paso por la casa de un hermano tan amado que siempre me recibiera cuando
comenzaba estos viajes, y que la fuerza del amor a la Obra lo ha llevado
a ser un viajero incansable con corazón de pastor y vuelos de águila
serena de montaña.
Ahora no está. Pero siempre sale a recibirme. Él es el guardián de los
silencios, de las historias, de Negadá. Es un mágico encuentro, cargado
de emociones, de voces mudas, de pequeños recuerdos.
Y desde allí sin mas paradas, directo al corazón de las vibraciones
dulces, místicas y silenciosas.
De tantas veces que uno ha ido, cada vecino que aparece, amerita un
saludo, y alguna pregunta de las que el estilo coloquial manda para la
circunstancia.
Paso por puentecitos de madera, que en algún caso ya desean una mano
amiga que los repare.
Cuando no hay visitantes visibles que salgan al encuentro, concentro mis
pasos en el emotivo reencuentro con este sitio tan amado.
Y al llegar siempre de mañana, y algunas veces en soledad, el sol me
ilumina la entrada del predio.
Hoy, hay un puente de material, ayer fue de madera.
En la entrada hay un pequeño cartel clavado a un poste que dice Negadá.
Negadá.
No hay puertas, pero, me animo a decir que ese cartel que una hermana
pintara es como el picaporte.
A los pocos pasos hay un viejo y amado arrayán. Bueno, hace poco aprendí
que no es un arrayán. Otra hermana con conocimiento en la materia me
explico su nombre científico y de que familia procede.
Pero yo, aprendí a quererlo de la mano de otro hermano, que solía llegar
y abrazarlo, diciendo que era un arrayán. Y bueno aunque sepa que no,
para mí siempre lo será. Amores que se graban de una forma cuesta mucho
cambiarlos. Y no tengo intención de hacerlo.
Cuando dejo el saludo de ese amigo de madera fría, se yergue ante mis
ojos un viejo nogal, cargado de frutos en esta temporada, con frondosa
copa, y siendo el guardián de todo el paisaje.
Antes, hace un tiempo, estaba como a treinta pasos del nogal la vieja
casita, donde llegué por primera vez. No era esta la casa de Mamina. Esa
casa, estaba más atrás y si uno entorna los ojos, y aclara el corazón,
se diseña una vieja casa de madera, de adobe, y una blanca silueta sale
al encuentro.
Una caricia del cielo, un pedazo del corazón del Maestro, que se cayó en
el delta.
Si, claro, Mamina.
Me arrobo en esa visión y subo primero a una construcción, de bases de
madera y cuerpo de cemento, pintada de blanco, con grandes ventanales,
donde reposo un tanto, y aquieto mis emociones.
Ya más tranquilo, desciendo por una pequeña escalerita de cinco
escalones y subo por otra al oratorio.
Es bien esenio. Por afuera, nada. Cuatro paredes blancas, tres ventanas
mayores y dos pequeñas, una puerta sencilla.
Cuando se abre, todo es distinto.
Los cuadros que pintara una grande amiga de Mamina, que hoy podéis ver
en la página Web de la fraternidad, cuelgan como única vestimenta de las
blancas paredes.
Su pequeño escritorio, un archivo pequeño, con las tablas de los Diez
Mandamientos, un candelabro de Siete Cirios, y las sillas simples, para
las reuniones, dispuestas en forma circular, que de tanto en tanto se
dan.
Me siento, en el mismo sitio que siempre me siento cuando estoy allí.
Y no hay palabras para poder deciros lo que vive mi pobre corazón.
Tantas presencias, tantos amores, tantos amigos del plano invisible,
tanto amor, tanta Mamina.
Y cuando no da mas, ni una gota mas ya cabe, se esboza la partida.
Aunque creo que nunca puede irse uno de allí.
La vuelta es casi un calco de la venida, en cuanto a los detalles de
orden geográfico y a las posibles presencias humanas.
Pero el corazón vuelve a vivir, está renovado. Fue acariciado por el
ángel que olvidó el Maestro en estas tierras, por su esencia, su
espíritu. Y creo que no voy a advertirle de su olvido.
Hermano, que quizás por Ley de esta hora no puedas llegarte físicamente
hasta aquí, uno, de los tantos que llegaron, hizo hoy un burdo esfuerzo
por pintar con palabras este sitio ignorado y bendecido de la tierra,
que seguramente ama en silencio tu corazón, como el de tantos.
Si al entornar los ojos algún día detrás del follaje verde, del río
color tierra, de la simple construcción blanca, ves un ángel de blanco:
Estás en Negadá y su Señora salió a recibirte. Bienvenido!!!!!!!!! |