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Entiendo por “apacentar”, el dar pasto al ganado o también llevarlo al lugar donde pueda alimentarse y son estas dos funciones entre otras, las inherentes a las funciones del pastor, todo ello circunscrito a la vida de los animales más para la criatura que alcanzó la inteligencia y busca su desarrollo espiritual, la figura del pastor que apacienta se convierte en la alegoría de quien procura aportar con tierna solicitud, las reflexiones sobre los comportamientos responsables y sus valores, que comportan el alimento de aquellos que buscan desarrollar su alma.
Y hablando de alegorías, permitidme que relate un pequeño ejemplo:
Es el de un pastor que apacienta ovejas y cabras. A todas ellas protegía y cuidaba con esmero, sacandolas a pastar diariamente al amanecer atendiendo a sus necesidades acompañado de su fiel perro pastor y observaba pacientemente cómo, las ovejas tenían preferencia en alimentarse del pasto de hierba baja a ser posible verde y fresca de la mañana por ello, se las veía casi siempre comiendo con la cabeza inclinada a la tierra y la mirada fijada en el suelo que pisaban; las cabras en cambio, preferían ramonear las ramas de las pequeñas plantas arbustivas más resecas, leñosas y duras, o las ramas bajas de los árboles que a veces, estaban dispuestas a su alcance en haces tras su poda y no contentas con eso no dudaban en subir sobre riscos y piedras que utilizaban como atalaya para alcanzar el objeto de su deseo, haciendo a veces grandes esfuerzos estirando sus cuellos y elevándose sobre sus patas traseras para alcanzar aquellas hojas de las ramas bajas que pudieran encontrar por ello, sus miradas solían estar dirigidas hacia arriba o al frente, hacia las copas de los pequeños arbustos que se erguían del suelo y era por eso, que el pastor colgaba hatos de aquellas ramas arbustivas en los lugares y a la altura donde sabían que irían a buscarlas aunque supiera que sus cabras alguna vez que otra, también ingerían hierbas tiernas cuando les apetecía.
El fiel perro siempre atento a su amo, reaccionaba al instante con cada indicación del pastor y corría tras cualquier cabeza de ganado que se alejara de la zona de pasto y hacía amago de morderles en una pata, para evitar que se adentraran en el bosque y pudieran ser víctimas de las alimañas. Sin hacerles daño, solo con el amago del ataque, ya era suficiente para reconducirlas evitando que pudieran extraviarse.
El pastor observa complacido aquella maravillosa obra de la vida que se repetía con cada amanecer viéndolas crecer y multiplicarse formando parte del universo que les rodeaba, mientras que tanto cabras como ovejas totalmente despreocupadas, se alimentan adecuadamente según sus gustos y peculiares necesidades siguiendo un orden natural en sus tendencias.
El pastor las cuidaba cuando enfermaban y ayudaba a sus partos, con los que se daban nuevas oportunidades de evolución a nuevas generaciones y no prejuiciaba a ninguna ni pensaba cuál de ellas daría mejor producto de leche, piel o carne; tan solo se ocupaba incansablemente de que cada una continuara su ciclo evolutivo entre la vida y la muerte solazándose en la realidad que él les aportaba en aquél hermoso prado, siempre cuidadas por aquel perro fiel y vigilante que las aterrorizaba y protegía sin hacerles nunca daño.
Un día, el pastor observó que su fiel perro le miraba de un modo especial, sus ojos le parecían más profundos e inquisidores y al existir gran compenetración entre ellos, decidió sentarse junto a él y mientras lo acariciaba tiernamente decidió escrutar lo que aquella mirada trataba de transmitirle y le pareció sentir dentro de sí, que el animal le preguntaba:
¿Tiene sentido este esfuerzo? Cuando nieva hay que llevarles pienso y resguardarlas del frío en las parideras y con buen tiempo, todos los días las acompañamos al prado para que vivan felices y se alimenten como quieran y raro es el día, que tanto ovejas como cabras dejen de pelear entre ellas; yo no tengo descanso corriendo tras de unas y otras para protegerlas.
¡Yo sé que tú me quieres…! Pero ellas me odian y tu nos miras complacido y con una sonrisa, sin inmutarte cuando una cabra come lo que no le es propio y roba la hierba a la oveja, o cuando una oveja se empeña en comer ramas secas que acabarán enfermándola.
¿Hasta cuándo estaremos así?
El pastor escuchó en su interior aquellas interrogantes y abrazando a su perro le dijo con el mismo silencio con el que el perro le había hablado:
Fiel amigo mío..., el universo es perfección en el frío del invierno y el calor del verano, en lo que come la cabra y en el esfuerzo tuyo. Creo ver que vas alcanzando mayor inteligencia cada día y vas comprendiendo lo insensato de los comportamientos de quienes más simples que tú, no alcanzaron a comprender que somos sus protectores.
Pero no te preocupes, que algún día llegarán a entender qué tipo de comida les es propicia, dejarán de pelear entre ellas y vendrán para hacernos las mismas preguntas que tú me haces; de momento solo te puedo decir que en la incomprensión de los pequeños también está la perfección, pero tú que has llegado a plantearme la pregunta que te inquieta, debes cuidar a partir de ahora no solo a las ovejas y cabras, sino que también debes hacerlo de tu desaliento aceptando el sentido hermoso de este esfuerzo que hacemos, porque solo así se expande el universo.
Caía la tarde y era hora de volver al corral, el pastor le dijo a su perro ¿Te parece bien que volvamos? Y el perro le miró con aceptación moviendo la cola y corrió alegre y con energía para reunir al ganado y conducirlo a la protección que les resguardaría de la noche que llegaba serenamente.
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